Discurso del Dr. Luis Hernández Contreras en el Aniversario de la Sociedad Salón de Lectura
Inicios del Salón. Preliminares. Motivo del homenaje centenario
Por quinta vez la municipalidad de San Cristóbal me concede el honor de ser orador de orden en uno de sus actos. Lo fui en el inicio de la feria en 1993, en el centenario de la Banda del Estado, en el homenaje al maestro José Antonio Bustamante, en los 78 años del Club Demócrata, y en esta ocasión que no la busqué tampoco. Por eso, ante todo voy a presentarles un discurso informal, pues quiero hablar más con la emoción de esta fecha centenaria, máxime cuando escuchábamos hace unos minutos, en ese instante de silencio, el cantar de la trompeta en honor a doña María Santos, quien siempre quiso y luchó por estar aquí este día. Hablaré ante todo para agradecer al Ayuntamiento esta confianza, y ante todo para gratificar al consistorio por el homenaje que se brinda a funcionarios de esta institución, a doña Blanca de Brandt, a don Elías Omaña, a Rita Naranjo, igualmente al licenciado Douglas Guerrero, siempre vinculado a este organismo, y mostrar lo que significa esta casa de cultura, ante todo, cuando aquí hay expertos en la materia, valga decir, la palabra del señor cronista.
Si nos preguntamos por qué ha llegado el Salón de Lectura a cien años de historia conseguimos varias respuestas. Yo traté de interpretar esas contestaciones y decir por qué y para qué existe esta institución y ante todo, para llenarnos un poco del orgullo que significa ésta para San Cristóbal, mostrando las virtudes y las carencias del espíritu que se han plasmado también a lo largo de un siglo. El Salón de Lectura significa la fuerza de la sociedad civil tachirense que gestó e hizo el Táchira desde 1856, cuando fue erigido desde el territorio autónomo que fue de Mérida. Ese Táchira que hizo las casas alemanas, la vía férrea al norte, que construyó las vías de comunicación, que levantó el Club Táchira, que fundó el Colegio de Abogados, que edificó este Salón de Lectura. Quedan pocas de esas instituciones.
El doctor Amenodoro Rangel Lamus, quien fuera presidente de esta institución, escribió en 1957, en Diario Católico, un sesudo ensayo sobre los inicios del Salón de Lectura. Allí plasma las reuniones que se hicieron en el cafetín La Francia, que quedaba allí donde está el Banco Sofitasa, en la esquina de enfrente donde hay un estacionamiento, es decir, en la esquina noreste de la calle cuatro con avenida séptima. Allí comienza el Salón de Lectura, cuando se reúnen José Antonio Guerrero Lossada y los alumnos del Colegio Nacional de Varones, entre otros, el propio Amenodoro Rangel Lamus, Pedro Armando Ruiz, funcionario público de entonces, y es obligante mostrar a los señores de entonces, al doctor Samuel Niño, a su padre, el procurador Ascensión Niño, quienes luego llamarían al doctor Abel Santos para integrar y darle personalidad jurídica a ese movimiento que se traduce en la constitución de las reuniones que se hicieron en la Escuela Municipal Nº 3, allí donde está hoy el llamado mercado de los buhoneros, el mercado de Las Pulgas de la calle 3 de San Cristóbal, para luego constituirse el 19 de abril de 1907 en un ejercicio modesto como lo planteó Abel Santos, un salón de lectura, no un ateneo para evitar dimensiones mayores ante un posible fracaso.
Al conformarse la junta directiva, los monitores de San Cristóbal, los doctores de San Cristóbal, lograron colocar las cosas en su sitio. El promotor original, Guerrero Lossada, quedó como el sempiterno bibliotecario de la institución, el hombre que la cuidó hasta su muerte en 1947, y es ésta la institución que logró reunir, como ninguna en el Táchira, a los hombres más descollantes, a las mujeres más descollantes de la intelectualidad regional, plasmada en los nombres de valiosas figuras que nuestra historia está estudiando.
Sedes de la institución
Así pues, que esta casa centenaria comenzó en el cafetín La Francia, se formó en la Escuela Municipal Nº 3 liderada por el institutor colombiano Eloy Peralta y luego pasó a una casa alquilada, ubicada donde está hoy día la llamada torre del Banco Unión, en la calle 5 al lado del Club Táchira, en la que estuvo 20 años, para luego ubicarse donde fue su primera gran sede propia, en la calle 5 diagonal del que fue el Banco Táchira, allí donde hoy día está un centro de comunicaciones, edificio inaugurado el 24 de julio de 1929 bajo la presidencia de Eduardo Santos. Allí funcionó hasta 1938, pues fue el 1º de abril de ese año cuando se inauguró esta construcción del Salón de Lectura diseñada por el arquitecto Luis Eduardo Chataing bajo la presidencia de Raúl Soulés Baldó.
En todos estos años, la institución ha representado ante todo la diversa expresión de una arquitectura, de una infraestructura del centro de la ciudad de San Cristóbal construido a partir de este edificio. Éste marcó más el desarrollo del centro de San Cristóbal, máxime cuando se había edificado el hotel Royal, el que dio paso al Hotel Bellavista, y de esta forma se le dio fuerza a la Plaza Bolívar concluida con su estatua ecuestre en 1929.
Grandes logros en beneficio del Táchira
A lo largo de 100 años, cuántas conferencias dictadas, desde la primera de Abel Santos “Cómo se forma, qué es lo que constituye un caballero y necesidad de su existencia”. Exposiciones de corte difícil, como la que planteó Alejandro Trujillo, el cónsul colombiano radicado en Táriba, quien trató sobre América Latina y el imperialismo yanqui. Expresiones de orden científico, de orden espiritual, de sentidos en los que la religión y la masonería se hacían presentes a través de la figura preclara de José Antonio Guerrero Lossada. La constitución de los Juegos Florales de 1911, que la historia nos revela unos primeros de 1908 en los cuales salió triunfador el célebre don Tulio Febres Cordero. La creación de la biblioteca con su sempiterno guardián, el ya citado José Antonio Guerrero Lossada. La fundación de la hemeroteca en la que está plasmada la historia del siglo XX tachirense, desde la clásica colección de Horizontes, pasando también por los ejemplares de Vanguardia, Diario Católico, El Centinela, Brotes, por mencionar unos cuantos de ellos, donde hay más de 1.200 tomos catalogados hasta 1959. En la conformación de la Galería de Ilustres inaugurada por Antonio Rómulo Costa, en la creación de esa galería que ha dado cabida a lo que ha sido nuestros personajes más significativos, también faltando la presencia de muchos de ellos. El lanzamiento de la revista Logos, la que fue creada en 1920 durante la presidencia de Carlos Rangel Lamus, en la que se ha escrito el quehacer cultural de esta institución. En la celebración de las fechas patrias, cuando comenzaban a distinguirse el 19 de abril, el 5 de julio y otras fechas como el 28 de octubre, onomástico del Libertador. El sitio particular para las graduaciones de los bachilleres y los primeros actos académicos de nuestras universidades.
Eso ha significado para algunos esta casa. Esta casa de 1938 y esa casa comenzada en 1929, de la calle 5. La que celebró 50 años con solemnidad, los 80, los 90 y se apresta a estos cien. Esta casa ha sido promotora, más allá de estas paredes, de la vida de la ciudad de San Cristóbal, de la vida del Táchira. Aquí nació la Caja Cooperativa de San Cristóbal, idea de Eduardo y Abel Santos, la que se transformó en 1944 en el Banco Táchira. La primera entidad financiera surge del seno del Salón de Lectura. Surgen también las ideas de un italiano, Américo Cósimi, quien trajo las primeras iniciativas para plantar algodón a comienzos del siglo pasado. Resurge en varias oportunidades el Colegio de Abogados, fundado por Santiago Briceño en 1900. Se constituyó desde acá la Plaza del Soldado Desconocido, hoy Bicentenario, frente al Asilo San Antonio. Germinó la Cámara de Comercio fundada por José Antonio Colmenares Fossi, convertida hoy en la Cámara de Comercio e Industria del Estado Táchira. El Rotary Club bajo la presidencia de Raúl Soulés Baldó con su secretario Ramón J. Velásquez. La Cruz Roja fundada también por Soulés Baldó con la presencia del entonces coronel Isaías Medina. La Escuela de Ciencias Políticas de 1916 y de 1940. La del 16 con la presencia de José Rafael González Uzcátegui, Antonio Rómulo Costa y Amenodoro Rangel Lamus. La de 1940 liderada por Eduardo Santos y Francisco García Monsant, cuando se presentaban los exámenes en Mérida. Así se fundó, mucho antes que la Universidad Católica, la Escuela de Ciencias Políticas. Para hacer deporte, el Club Lawn-Tennis, que luego se llamaría San Cristóbal Tennis Club; el Instituto de Cultura Hispánica que encabezó monseñor Carlos Sánchez Espejo; el Centro de Historia dirigido por monseñor José Edmundo Vivas. Brotó del seno de esta institución la hoy llamada Academia de Historia, igualmente la Sociedad Bolivariana que tuvo como presidente a Ángel Biaggini y a Manuel Felipe Rugeles como segundo vicepresidente. La administración del Acueducto de San Cristóbal, los cursos de alfabetización, la Universidad Abel Santos conducida por Leonardo Ruiz Pineda, las clases nocturnas de inglés, la Embajada Cultural Obrera, la Sociedad Bolivariana de Damas con su monitora doña Cecilia Ferrero Tamayo de Romero. Fueron fundados también la Asociación de Estudiantes del Táchira que condujo Luis Andrés Rugeles y que condecoró como maestro esclarecido a Carlos Rangel Lamus; el grupo Fiebre, el primer conjunto literario constituido después de Bloques del año 15, integrado por el gocho Guerrero Pulido y Rodrigo Casanova; el Grupo Yunke, conformado por Luis Felipe Ramón y Rivera, Manuel Osorio Velasco y Rafael María Rosales. La Junta Pro Arte que renovó todo el quehacer cultural a través de la dirección de Luis Felipe Ramón y Rivera, Marco Antonio Rivera Useche y Manuel Osorio Velasco. La Sociedad Pro Arte Musical que fundó el doctor Aurelio Ferrero Tamayo, la que presentó las más grandes luminarias del espectro musical lo largo de casi de treinta años. La orquesta de música clásica de 1941 formada en la presidencia de Soulés Baldó, dirigida por el maestro Rivera Useche. El Grupo Juan Maldonado de Horacio Cárdenas Becerra. La Universidad Católica del Táchira, cuyos inicios se gestaron en el segundo piso de este edificio y existe esa placa de mármol en uno de los pasillos la que fue descubierta por el nuncio Luigi Dadaglio. La Universidad de Los Andes, gestionada durante la gobernación del doctor Juan Galeazzi, cuando vino el rector Pedro Rincón Gutiérrez para abrir la primera Escuela de Educación; igualmente es obra del doctor Galeazzi y de otro grupo, responsables del comienzo de la Universidad Nacional Experimental del Táchira y también del IUT, creado anteriormente, con los terrenos donados por don Carlos García Lozada de su Hacienda Santa Rosa, movimiento motorizado desde 1970.
La música en sus espacios
En el mundo del arte es infinita la cantidad de personalidades que han pasado por acá. Sólo en el mundo de la música podemos nombrar la visita del Orfeón Lamas que actuó en el nuevo edificio en 1938 en tránsito de su viaje hasta Bogotá, conducido por Vicente Emilio Sojo. El Cuarteto Galzio, la Academia de Música con doña María Santos, siempre al frente de ella en su administración, haciendo vibrar a todos los oyentes con los conocimientos que sus noveles ejecutantes estaban haciendo en ese entonces. También está allí la presencia de famosos concertistas como Manuel Antonio Pérez Díaz; como Emma Stopello, la pianista caraqueña que estrenara el Steinway and Sons que consiguiera la gestión de don Aurelio Ferrero Tamayo en la Pro Arte, en 1949. Igualmente la pianista chilena Rosita Renard, el italiano Fausto Zadra, el polaco Witold Malcuzinsky; el húngaro Gyorgy Sandor, quien fuera el mejor intérprete de Bela Bartok. Harriet Serr, la norteamericana que se vino en la época de Pérez Jiménez a hacer pianistas en Venezuela; Humberto Castillo Suárez, amigo íntimo de Pablo Picasso; Alirio Díaz, Fedora Alemán, Andrés Wasowski, Sigi Weisssenberg, Henryk Szeryng, el mejor violinista de una época quien ejecutó su violín aquí hace 51 años; Maurice Hasson, el gran violinista francés y su mujer Monique Duphil, las Marionetas de Salzburgo y los Cosacos del Don, los que aún recuerdan los oyentes de ese entonces que disfrutaron sus voces rusas.
Artes escénicas y visuales
En el mundo del teatro hay presentaciones gloriosas, como lo ha sido en el mundo de la danza con la actuación de la Nena Coronil, de Elías Pérez Borjas, de Delia Zapata, la colombiana, de la española Teré Amorós y Flor de Valencia. En la plástica es de recordar las exposiciones de Manuel Osorio Velasco, las que engalanaron el segundo piso de este edificio al día siguiente de su inauguración. Osorio Velasco es también quien expone inicialmente en el Salón de Lectura de Rubio, creado por el ejecutivo del Estado Táchira. Se manifestaron igualmente la rebeldía de Jorge Belandria, de Leonel Durán, de Freddy Pereira, y los que en contra de una junta directiva sectaria organizaron una exposición en la calle en aquellos años en que Carlos Belandria y un grupo de presuntos anarquistas quemaron gran parte de la Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses. Julio Pacheco Rivas se inició aquí, e igualmente fueron soberbias las exposiciones que organizara también Henry Matheus sobre Carlos Cruz Diez y Arturo Michelena. La presencia de Rubén Darío Becerra, y todas esas presentaciones con motivo de los 200 años del natalicio del Libertador. La actuación de grupos importantes creados por Belkis Candiales y el grupo de alumnos que conduce el maestro Ulacio Sandoval. Toda esa pléyade de artistas tachirenses ha pasado indudablemente por acá.
Letrados y acontecimientos notables
También ha sido escenario de conferencistas y recitales notables, como el del poeta chileno Fernando Matta, como el periodista venezolano Ramón David León, Mariano Picón Salas, Manuel Felipe Rugeles, Andrés Eloy Blanco, quien llenó esta sala como nunca hasta atiborrar la Plaza Bolívar siendo necesario amplificar hasta allá su conferencia. Luis Enrique Osorio, el colombiano, Miguel Otero Silva, don Rómulo Gallegos antes y siendo presidente de Venezuela, además de Alberto Adriani, Antonio Quintero García con sus ínfulas de comunista. Pedro Romero Garrido y José Rafael Pocaterra. El poeta cubano Nicolás Guillén, el poeta venezolano Régulo Burelli Rivas, quien fuera embajador ante la Unión Soviética, el chileno Pablo de Rokha, el español Camilo José Cela en los días de polémica con La catira. El colombiano que cantó a la costa, Jorge Artel, ese gran español don Pedro Grases que tanto estudió la obra de Bello. Juan Beroes, Arturo Úslar Pietri, quien estuvo aquí el día de la inauguración del edificio en abril del 38, Pedro Tinoco con sus conocimientos de finanzas, Juan Liscano, Luis Felipe Ramón y Rivera, el poeta zuliano y abogado Héctor Cuenca, el sabio médico de la cirugía Manuel Corachán y doña Cecilia Pimentel siempre relatando el dolor de sus hermanos en La Rotunda gomecista. El pintor Manuel Cabré, los sabios Luis Jiménez de Asúa, Fernando de los Ríos y el presidente Rómulo Betancourt también hicieron presencia acá.
Aquí se sucedió la Quinta Convención del Magisterio Venezolano, el Tercer Congreso Venezolano de Ingeniería, la IV Asamblea Anual de Fedecámaras, la Tercera Jornada Médica Nacional y la Tercera Convención Nacional de Ateneos.
Figuras vinculadas estrechamente con la institución
Esto en parte, con sus detalles, nos da suficiente orgullo al decir que esas personas y esos sucesos pasaron por acá. Parece increíble que al transitar por estos pasillos, en las noches, cuando nos quedamos solos acá, bien investigando o disfrutando de la soledad de este templo, pareciéramos conversar con los espíritus, con los fantasmas del pasado, los que al menos atisban una luz para poder administrar el presente y otear el futuro.
Grandes figuras dejaron su vida aquí. Uno de ellos es José Antonio Guerrero Lossada. Yo le pido en este momento a esta Cámara Municipal que designe ese boulevard construido allí, en la carrera 6, con el nombre de José Antonio Guerrero Losada. Nacido en Tovar, llegó a San Cristóbal como uno de los soldados que venían a combatir la invasión colombiana de julio de 1901. Le dijo a un grupo de estudiantes en feliz ocasión: “Yo quisiera tener una pequeña biblioteca para leer lo que no pude estudiar en su momento”. Y así, en La Francia, en la esquina noroeste de la calle 4 con séptima avenida, comenzó esa reunión de estudiantes. Guerrero Lossada fue designado el primer bibliotecario de la sociedad Salón de Lectura, y fue para algunos un excéntrico, masón y anticlerical. Casó dos veces y vivió en la extrema pobreza. Olvidado y marginado por muchos presidentes de la Sociedad, que lo veían extraño, fue el bachiller Ramón J. Velásquez, el que se atrevió en 1942 a colocarle a la biblioteca de la institución el nombre de José Antonio Guerrero Lossada. En 1938, cuando se inauguró este edificio, Pedro Galvis Fonseca hace, como ingente llamamiento, el rescate de la figura de Guerrero Lossada. Guerrero, en franca respuesta, le dice a su amigo que ese homenaje no debe recibirlo él sino su amigo Pedro Armando Ruiz, el que fue asesinado allí en la esquina de la calle 10, en 1907, con apenas 18 años de edad. Guerrero Lossada fue el hombre que combatió los abusos del general Eustoquio Gómez, cuando éste ordenaba cortar la luz eléctrica de este edificio, lo que era subsanado con la venta de hortalizas que producía en su jardín para cancelar los recibos atrasados de luz o para comprar las necesarias velas de cebo que alumbraban estos espacios, manteniendo abierta la biblioteca. Muchos años después la figura de don Rafael María Rosales colocó su retrato, pintado por Osorio Velasco, en la Galería de Ilustres, y luego fue Henry Matheus quien encomienda a Jorge Belandria la obra que engalana uno de los pasillos de este edificio.
Manuel Felipe Rugeles comenzó sus pininos como poeta en este Salón de Lectura, con sus versos publicados en El Heraldo del Táchira, que dirigía Roberto Oliver Salas, quien luego fuera su cuñado. Manuel Felipe Rugeles se presentó aquí con poderosos y caídos. Leyó poesía al lado de Rómulo Gallegos, del presidente Gallegos. Recitó sus poemas en la celebración del cincuentenario, en la época de Marcos Pérez Jiménez. A su muerte fue injustamente olvidado por un gobernador del Táchira, en 1959. Lo que es imperdonable en nuestra tierra, cuando la política se mezcla con las cosas de la cultura.
Manuel Osorio Velasco comenzó aquí su escuela de pintura en 1938, hizo aquí su primera gran exposición, y vivió para esta institución cultural. Ya viejo, doña Blanca de Brandt aún lo recuerda con sus caballetes y sus trastadas allá en el segundo piso. Combatió como feroz combatiente lo que consideró combatir. También fue avasallado, según parece, por algunas posturas tildadas de vanguardistas.
Luis Felipe Ramón y Rivera vino a este Salón de Lectura desde esa Caracas que lo había formado como violista y fundador de la Sinfónica Venezuela al lado del maestro Sojo. Ramón y Rivera lanzó el primer revuelo en esta institución al fundar aquí la Sociedad Pro Arte Musical en 1938 con su clásica orquesta de música típica de cuerdas. Trajo los primeros actos de otra dimensión al Salón de Lectura y acompañaba al piano a la joven María Santos en arias de La Bohemia. Luis Felipe Ramón y Rivera hizo vida aquí hasta 1945. Luego volvió con su Orquesta Típica Nacional en los días del cincuentenario y montó posteriormente, con su esposa Isabel Aretz, las conferencias que mostraban sus investigaciones plasmadas en los tres tomos de Folklore tachirense.
Marco Antonio Rivera Useche organizó, en las presidencias de Luis Eduardo Montilla y Raúl Soulés Baldó, la primera estudiantina que aquí se conoció formalmente. Hizo esfuerzos ingentes para constituir la Orquesta Clásica de Cuerdas en la época de Soulés Baldó, en 1941. Allí tocaban la flauta los hermanos médicos doctores Alfredo J. y César González. El violín fue ejecutado por prominentes señores de San Cristóbal como don Arquímedes Cortés. Rivera hizo denodados esfuerzos dentro de la muy difícil sociedad de esta ciudad para brindarle dignidad humana, ante todo en un espacio en el cual el desarrollo de este medio de expresión cultural ha sido difícil.
Doña María Santos es la última de las figuras que en este sentido aquí considero. Siempre luchó contra los denuedos físicos para haber estado en esta celebración del centenario. Por supuesto que está acá. Siempre con su posición, siempre con sus reclamos, con su visión bellartista de ver las cosas, con su lucha ejercida desde joven, recién llegada de esa Europa para iniciar las bases de la Academia de Música, para lograr la reforma de la Banda del Estado, y para meterse de lleno en esta institución en la cual la despedimos para siempre un triste día.
Cultura y política
Por supuesto, las virtudes de los hombres se combinan también con sus desidias, con sus debilidades. Les comentaba los incidentes entre Eustoquio Gómez y Guerrero Losada y ante todo el Salón de Lectura sobrevivió, y aquí estamos. El general Juan Vicente Gómez logró dar la orden directa para apoyar a Víctor Zambrano Roa, presidente de la institución en 1926 para construir el primer edificio que esta casa conociera, allá en la calle cinco con carrera cinco, donde hoy está el centro de comunicaciones, diagonal a Banfoandes, diseñado por el arquitecto caraqueño Eduardo Filomena Castro e inaugurado en la presidencia del doctor Eduardo Santos, como ya dije, el 24 de julio de 1929. Dos años antes Gómez había sido designado por la junta directiva de este Salón de Lectura como Benefactor Esclarecido, y eso no lo puede borrar la historia. Gómez ordena también la construcción de este edificio con la disposición que dictara a su ministro de Obras Públicas, el tachirense don Antonio Díaz González y sugiere a Amenodoro Rangel Lamus ordenar los trámites para mudar la estación de servicio que existía acá, y lograr del Concejo Municipal la disposición para que éste aceptara la antigua sede y aquí se estableciera este edificio que superó entonces toda dimensión. El presidente Eleazar López Contreras le da fuerza a ese acto de inauguración con el discurso transmitido por la radio, desde Caracas, ese primero de abril de 1938. López dona de su propio peculio las dos obras de Tito Salas que engalanan este espacio, las que plasman al Libertador y al primer presidente de Venezuela, Cristóbal Mendoza. López dona también de su biblioteca personal cien libros para esta institución. El general Isaías Medina Angarita, quien siempre respaldó este organismo, viene aquí a hacer un acto de gratitud cuando condecora en enero de 1944 a su viejo maestro el doctor Antonio Rómulo Costa. Isaías Medina apoyó todas las iniciativas del Salón de Lectura de entonces.
Leonardo Ruiz Pineda, presidente de esta institución cuando todavía era joven e irreverente en 1945. Leonardo Ruiz Pineda le entrega a la Sociedad Salón de Lectura, en su condición de gobernador del Táchira y por sus instancias ante la Procuraduría General de la Nación, los títulos de propiedad de este edificio y de este terreno a esta corporación. Leonardo Ruiz Pineda fue olvidado, por esas cosas de la política que deben mantenerse alejadas de estos asuntos, cuando fue asesinado en octubre de 1952. La junta directiva del Salón de Lectura fue amenazada por el gobierno regional cuando ésta quiso honrar la figura de su malogrado ex presidente, asesinado vilmente por la Seguridad Nacional. Fue años después cuando don Marco Figueroa, secretario de esa junta, aclaró el incidente, pero don Marco también lleva su cruz, pues queda marcado en esos asuntos, cuando por las cosas de la política se suscriben acuerdos o se firman posiciones respaldando en público la sombra del poder político.
El presidente Rómulo Gallegos vino acá a pronunciar una conferencia en 1942 cuando era conocido como un gran literato alejado de la política. Andrés Eloy Blanco también estuvo en esta casa en la realización de su célebre conferencia de 1942, estando acompañado por Rómulo Betancourt quien, entendiendo la dimensión del acto, no entró al edificio para respetar así las diferencias entre la cultura y la política. Rafael Caldera asistió, como diputado al Congreso y hombre de letras, a la celebración de los actos que dieron origen a la fundación de la Universidad Católica Andrés Bello en 1962. El presidente Carlos Andrés Pérez apoyó las iniciativas de esta casa y en varias ocasiones hizo notoria presencia; igualmente Ramón J. Velásquez, joven conductor de esta corporación como lo fuera su padre don Ramón Velásquez Ordóñez, y el presidente Hugo Chávez honró la institución con su visita hace años conociéndose en su momento, suficientemente, lo que fue su presencia en estas cuatro paredes.
Significación de símbolos
Por ello, estas cuatro paredes adentro tienen una simbología y una significación. Las placas que se colocan aquí y los bustos que se colocan aquí no están dispuestos al azar. La biblioteca Guerrero Lossada lleva el nombre de este benefactor humilde, oriundo de Tovar que se estableció entre nosotros, por instancias de la gestión de Ramón J. Velásquez, pasando por encima de las consideraciones y menosprecios que se hicieron entonces y se le realizó su homenaje en vida, cinco años antes de su fallecimiento. Iguales choques recibió el bachiller Velásquez al colocar ese busto de Pedro María Morantes. Ese busto de Pedro María Morantes significaba una afrenta contra todas las convicciones ideológicas de entonces, por lo que fue tenaz la lucha de recoger dineros entre el pueblo para su levantamiento, como también lo fue la presencia de Andrés Eloy Blanco al pronunciar la citada conferencia donde recordó al también compañero de Abel Santos, en los días mozos de ambos en la Universidad de Mérida, cuando fueron fundadores del periódico La Madrépora, a fines del siglo XIX.
El himno del Salón de Lectura representa la presencia de Soulés Baldó. En su ejercicio se escribió esta página con letra de Manuel Felipe Rugeles y música de Marco Antonio Rivera Useche; mejor combinación no podía sucederse. El cafetín La Francia tiene también su simbología especial, expresada en esa placa develada hace años por doña María Santos, la que recuerda el sitio de la calle cuatro que diera origen a esta corporación. Ese piano de la sala central, el Steinway, condensa la presencia de la Sociedad Pro Arte Musical fundada por el doctor Aurelio Ferrero Tamayo y su esposa Inés Delia; eso significa ese piano inaugurado por la pianista caraqueña Emma Stopello en 1949.
La hemeroteca del segundo piso muestra la historia del siglo XX tachirense a través de sus periódicos, y el frontis de la fachada tiene que ver con esas cosas de la humildad y la soberbia. Eso expresa la simbología del búho y la frase en latín Sapientia aedificavit sibi domum, que traduce La sabiduría edificó su casa; esa sentencia bíblica fue una motivación de Antonio Rómulo Costa. Le colocaron al comienzo, en vez de Salón de Lectura, Ateneo del Táchira, y existe la fotografía de la fachada con esa frase en relieve. Las gentes de San Cristóbal protestaron ese hecho y obligaron dejar su nombre original, tal y como está, Salón de Lectura.
Aquí surgieron los movimientos de contrastes generacionales más formidables que haya conocido la ciudad. Uno de ellos lo constituyó la elección de la junta directiva que sucedía la presidencia al bachiller Ramón J. Velásquez, acusado con sus compañeros como una cueva de malandrines. Con la presencia del 85% de los socios, en 1942, un día hasta las dos de la mañana, se debatió para elegir por tercera vez a Amenodoro Rangel Lamus, siendo derrotada la plancha de los jóvenes encabezada por Augusto Cárdenas Becerra. Los jóvenes que lideró Velásquez, entre ellos Régulo Burelli Rivas, Luis Felipe Ramón y Rivera, muchachos entonces, debieron irse de San Cristóbal para no volver jamás. El prejuicio social y las pretendidas clases de abolengo de primera pasaron en esa ocasión una de sus peores facturas.
Las placas de mármol de la Universidad Católica, la del Instituto Gregg, que recuerda la figura excelsa de Manuel Clavijo, las placas que se van a colocar estos días, la que se bautizará el próximo 19 de abril, gentileza del Banco Sofitasa y del Dr. Juan Galeazzi, la que resume lo que fue el proceso de edificación de estos dos edificios y sus responsables directos. También la placa por medio de la cual los nombres de ustedes, señores concejales, pasan a la inmortalidad en este claustro la que queda desde hoy aquí.
Pero estamos comentando este proceso de simbología y no podemos olvidar cuando Henry Matheus abrió un buen día las puertas de enfrente, las que literalmente, casi se caen. Ante un período de indiferencia y anomia, debió revitalizar el movimiento cultural a través del llamado Grupo Ariete. Ahí estuvieron Belkis Candiales, el gocho Francisco Guerrero Pulido, Ulacio Sandoval, por mencionar algunos nombres. Ese fue el movimiento que permitió que no sólo los dioses del olimpo visitaran el Ateneo, como bien lo expresara en una oportunidad Luis Humberto Caballero, se permitió que también se pudiera entrar aquí en mangas de camisa y que la irreverencia se manifestara con otra vestimenta.
Al hablar de todos estos logros están las aspiraciones que nunca se alcanzó. El museo de antigüedades, el museo histórico, el busto del ex presidente Carlos Rangel Lamus, el primero que se atrevió a hablar de comunismo en Venezuela en público y la nueva sede que se diseñó en los años sesenta, la que estaría en la Plaza San Carlos, y que representó la frustración de la presidenta de entonces, doña Ilia Rivas de Pacheco.
Notables presidentes
Existe una lista considerable de ex presidentes. Cincuenta personas han regido el Salón de Lectura a lo largo de una centuria, comenzando por Abel Santos, la figura egregia del gran patricio, el jurisconsulto máximo que haya tenido el Táchira, como lo manifestara en una oportunidad Amenodoro Rangel Lamus. Fue el orden jurídico e institucional que dio Abel Santos el que ha permitido que esto subsista luego de cien años. Abel Santos lideró el exilio que vino de Colombia en 1925, cuando por otro lado el Táchira se despedía del general Eustoquio. Abel Santos, cuya muerte sucedió en La Victoria en 1932, fue llorado y sentido por esta institución, la que le rindió un primer homenaje en 1909 y la que lo llamó Ciudadano Esclarecido en 1927 con motivo de las dos décadas de existencia de este cuerpo cultural.
Antonio Rómulo Costa, nativo de Seboruco, el sabio de los ojos azules. El hombre que diseñó el frontis de este edificio, el que ideó la Galería de Ilustres, el que tuvo el honor de hablar el día de la inauguración de esta infraestructura el 1º de abril de 1938. El hombre cuyo deceso en 1954 fue sentido hondamente por esta Sociedad.
Amenodoro Rangel Lamus, presidente por tres ocasiones, el que consiguió de veras este edificio con el general Gómez. El sabio del derecho agrario quien impartiera sus primeras clases de derecho en la Escuela de Ciencias Políticas aquí fundada en 1916. Su hermano, el irreverente Carlos Rangel Lamus, el obstinado Carlos Rangel Lamus, el primero que habló de comunismo en público, desde la tribuna del Salón de Lectura, el fundador de la revista Logos; el que murió triste y enfermo en enero de 1943, en San Antonio del Táchira.
Víctor Zambrano Roa, asesinado infelizmente en el Club Demócrata, ubicado entonces aquí cerca, a una cuadra, pasa también como uno de los grandes presidentes de este cuerpo. Fue él quien consiguió el primer edificio de este Salón, precisamente con el general Gómez y su ministro Francisco Baptista Galindo. Su gestión también ha sido olvidada injustamente por la historiografía.
Raúl Soulés Baldó, médico eminente formado en Francia. El hombre que bregó durante su presidencia por instaurar sus principios, el hombre que logró con Amenodoro Rangel Lamus este edificio neoclásico. El que fundó la primera orquesta de cámara, el que dictó las conferencias de tisiología como lo hiciera también su discípulo Juvenal Curiel, presidente además de esta Sociedad, en este auditorio. El hombre que lideró lo que fue el espectro cultural de entonces con sus artículos de prensa escritos en Vanguardia, periódico que condujo; el hombre que fue ministro de Sanidad y secretario de la Presidencia cuando Pérez Jiménez, confundiendo una vez más, equivocadamente, las cosas de la cultura con la política, lo que le valió un largo exilio en España después de 1958, donde escribiera el magnífico libro Tachirenses de antaño.
Ramón J. Velásquez, presidente de este Ateneo al igual que su padre don Ramón Velásquez Ordóñez, padre e hijo que rigieron esta institución como también lo fueron curiosamente Aurelio Ferrero Troconis, Aurelio Ferrero Tamayo, Amenodoro Rangel Lamus y José Rafael Rangel Rojas. El doctor Velásquez ha mantenido siempre su presencia, sin desligarse jamás de esta institución, a la que ha entregado sin denuedo su capacidad y nobles actuaciones.
El doctor Aurelio Ferrero Tamayo, fundador, con su esposa Inés Delia, de la Sociedad Pro Arte Musical, la que se estrenó en agosto de 1946 y que presentó figuras como Malcuzinsky, Fedora Alemán y los Cosacos del Don, entre otras. Tuvo el honor de difundir, como nunca, en América Latina, los alcances de la música académica, caso único, surgido desde esta remota provincia. Ferrero Tamayo tiene un estrecho vínculo con la ciudad, con la municipalidad, al haber diseñado hace cincuenta años el Escudo de Armas de esta San Cristóbal; fue el hombre que dignificó la historia con su clara oratoria.
Leonardo Ruiz Pineda, abogado y periodista, ejerció desde su editorial Nuevo Mundo lo que fue una visión diferente del periodismo regional. Creó aquí la Universidad Popular Abel Santos, los cursos de alfabetización nocturna, las nocturnas de inglés. Tuvo que crear también una junta de censura de espectáculos, cuando en un momento intentó decaer la calidad de las presentaciones aquí efectuadas, por lo que se hizo necesario poner en su momento un debido freno.
Don Rafael María Rosales, con apenas cuarto grado de instrucción, logró dejar toda una estela de sapiencia en sus libros publicados, en sus presidencias de esta institución, pero también con su vínculo político, en el que también se pesó e hizo inclinar la balanza más allá del espectro cultural.
El doctor Ovidio Ostos, médico y músico. El que consiguiera para ésta la distinción de Ateneo en una convención nacional de Ateneos de los sesenta, en correcta pretensión de defender éste como el más antiguo de Venezuela. Fundó los concursos navideños, con sus variados coros cantando al Niño Dios, dándole dignidad a esta institución, como lo hizo también en su época Luis Andrés Rugeles, el presidente de los cincuenta años, el presidente olvidado de esos cincuenta años. Un año después, en 1958, cuando los acontecimientos obligaron borrar todo, desapareció para muchos lo que había sido su obra de gestión, quedando apenas una placa de bronce a la entrada del auditorio, la que recuerda esa celebración cuando trajo a Humberto Fernández Morán, a Manuel Felipe Rugeles, a Luis Loreto para hablar del recién fallecido Antonio Rómulo Costa, cuando la Orquesta Sinfónica Venezuela estuvo aquí con Pedro Antonio Ríos Reyna. Son hechos indiscutibles que la historiografía no puede negar.
Dos mujeres valiosas, Ilia Rivas de Pacheco y Teresa Vega D’Santiago. Doña Teresa presidió la tercera Convención Nacional de Ateneos celebrada aquí y doña Ilia se quedó con la frustración de no ver su anhelado Salón de Lectura en la Plaza de San Carlos.
Me quedan, sin pretenderlo, muchos por nombrar. Pero no puedo dejar de considerar el nombre de Henry Matheus, el hombre que de veras abrió las puertas de esta institución, plasmando en ella una nueva generación para que esta casa no muriera en la celebración de sus ochenta años. Es lo que debemos hacer oportunamente y lo que está planteado en las últimas conducciones: la apertura a sus nuevas posturas, la apertura a las nuevas propuestas del hecho social y del hecho cultural.
El Salón de Lectura y el ayuntamiento de San Cristóbal
Quiero, para culminar estos detalles, decirles que este homenaje que la Municipalidad de San Cristóbal brinda al Ateneo del Táchira, al Salón de Lectura de San Cristóbal, no está ajeno con la historia de esta institución. Presidentes del Salón de Lectura lo fueron también de este ayuntamiento capitalino. La sapiencia del doctor Villamizar Molina, en su aguda investigación, lo describe así: el doctor Eduardo Santos presidió la municipalidad y también esta institución; don Lorenzo Tamayo Madrid, abuelo de Aurelio Ferrero Tamayo; el doctor Amenodoro Rangel Lamus en una de las gestiones más preclaras de cualquier munícipe. Aurelio Ferrero Troconis en 1936 en una era de apertura a la libertad. El doctor Tito Sánchez y Sánchez, el doctor Eduardo Ramírez López, conductor jurídico del movimiento financiero de una época, y el arquitecto Henry Matheus Jugo. Fueron también presidentes del consistorio municipal don Ramón Buenahora que fuera vicepresidente del Salón, y don Antonio Mogollón, quien ejerciera como sempiterno tesorero de esta casa cultural.
Reflexión final
Por eso, al tener el honor de pronunciar estas palabras en la apertura formal de estos cien años de historia cultural, y al hablar por quinta vez en esta tribuna, debo agradecer ante todo este momento, porque he tratado, con este panorama, con este breve esbozo, de motivar en ustedes las posibles respuestas a la pregunta que hiciera inicialmente: ¿por qué existe y para qué existe esta casa? El doctor Edgar Velandia y la junta directiva que le ha acompañado en estos últimos diez años, con su vicepresidente el maestro Ulacio Sandoval, con el personal que está día a día en esta institución, ha liderado un movimiento inmerso de muchas dificultades, pero de mucha apertura en el espectro cultural. De contraposiciones en lo ideológico, en lo político, en lo sentimental, pero ante todo, en seguir manteniendo la llama de esta institución como vivo crisol de todas las ideas, sin exclusiones.
Esta programación centenaria tiene un motivo más que especial, la que iniciamos formalmente hoy, y la que terminará con la Feria del Libro que coordina don Ernesto Román, con toda la avalancha de los literatos venezolanos de la vanguardia que han venido a estos espacios, por mencionar sólo los nombres de Eugenio Montejo y Luis Alberto Crespo, figuras que muchos tal vez no creen que han estado acá.
Esto fue fundado como una institución cultural privada, y lo dice la placa ubicada a la entrada de estas puertas. Se mantiene también con soportes del Estado, fundamentalmente. Esta confluencia de factores debe permanecer. Por eso, los fantasmas de estas gentes que han pasado por estos pasillos nos han dicho hacia dónde debe otear el futuro. La sabiduría, como lo reza la máxima bíblica que Antonio Rómulo Costa hizo colocar en el frontis, edificó su casa. Pasemos a ocuparla entonces con inteligencia, con dignidad y con amor a la cultura tachirense. Muchas gracias.
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