Desde el año 1984 se ha intentado delimitar en una gran poligonal la zona metropolitana.
( Freddy Omar Durán )
Al llegar a los 450 años, difícil resulta pensar a San Cristóbal como un sistema cerrado, un coto aislado, distinguible entre vastos linderos despoblados y unos vecinos un tanto distanciados.
Por supuesto, desde siempre -la historia lo certifica en incontables ocasiones-, San Cristóbal ha mantenido una viva interrelación con otras ciudades del Táchira, Venezuela y el mundo, en función de la economía cafetalera, el arrojo y abnegación de sus hombres y mujeres en la conquista de nuevos horizontes, o por su situación geopolítica de cercanía con Colombia.
Pero, aun cuando desde el siglo XIX se ha mantenido una dinámica social digna de grandes estudios especializados aún pendientes, si Juan Maldonado apareciera en la década de los veinte del siglo XX (pasado ya el desconcierto de encontrarse con gentes tal vez más extrañas que los indígenas a los cuales venció a sangre y fuego), se daría cuenta de que su "urbs cuadrata" apenas se ha ensanchado un poco, inmersa en el mismo ambiente apacible y de montaña que le indicó la bondad del lugar para el asentamiento humano.
Bastaron un poco más de cinco décadas para que no sólo se "complejizará" San Cristóbal, sino para que sus "vasos comunicantes" se entrelazaran con los de otras jurisdicciones que, con el tiempo, adquirirían autonomías distritales y posteriormente municipales. Paralelamente a los críticos procesos propios de su consolidación como capital de Estado, correrían otros de "metropolización" que, como nos explica la arquitecta y catedrática de la Universidad del Táchira, Ligia Esther Mogollón, podrían ser la causa o solución de muchos problemas sociales, siempre y cuando la buena voluntad política y el concierto de las instancias edilicias se impongan a cerrazones de orden político-administrativo.
En otras palabras, las 450 velitas deberían ser apagadas, tanto por los que propiamente llamaríamos "residentes", como por aquellos quienes por diversas razones deben transitar y/o bregar dentro de la congestionada y ajetreada urbe, usando sus hogares apenas para pernoctar. De esa “población flotante” aún no se tienen estadísticas precisas, pero hay quienes la estiman en una quinta parte de la población residente. Se estima que el 60% de los estudiantes de educación superior provienen de otras partes del Táchira o el país.
Por muchos siglos, la Plaza Mayor -hoy Plaza Bolívar- vino a representar un "eje natural" del crecimiento de San Cristóbal. Apenas a fines de los años treinta se formarían los primeras zonas residenciales de carácter suburbano, como las dos etapas de Barrio Obrero: (1937-1940 y 1947-1950), el Barrio Militar (1940-1946) y el Barrio Propatria (1947-1950), en territorios que aún podríamos considerar de "expansión natural". Sin embargo, fue con la creación de la Unidad Vecinal (1956) que la "pituitaria" sancristobalense comenzaría a dar señales extrañas, que apenas se convertirían en alarmantes a partir de los ochenta, y la fisionomía tradicional tomaría rasgos laberínticos.
Parte de esos cambios ocurrirían en plena transición de una economía agrícola a una dependiente del recurso petrolero centralizado, y por lo tanto, la generación de riqueza se focalizaría en la "capital".
Hasta hace muy poco tiempo aún se saludaba con algaraza el progreso representado por las importantes obras de infraestructura -con momentos estelares en las décadas de los cincuenta y setenta-, pero desde hace treinta años las cosas no han pintado tan prometedoras, en medio del caos, en el cual todo se ve cada más turbio y no precisamente por estar vestidas en un manto de neblina mañanera. Muchos analistas han adjudicado ese deterioro de la calidad de vida del sancristobalense a una combinación de crisis económica con "crecimiento explosivo", pero esta fórmula no se puede simplificar, como nos advierte la arquitecta Mogollón.
---Una de las conclusiones generalizadas, por parte del común de los ciudadanos y aun de los especialistas, señalaba que lo que estaba ocurriendo en San Cristóbal era “un crecimiento explosivo”. El término no es del todo exacto, ya que lo que se está presentando es un fenómeno de decrecimiento relativo de la población urbana localizada en el municipio San Cristóbal, en contraposición al aumento de la población de los municipios y ciudades y pueblos adyacentes (vale decir, Táriba del municipio Cárdenas; Palmira, del municipio Guásimos; Cordero, del municipio Andrés Bello; Libertad e Independencia, de los municipios homónimos), y con los cuales San Cristóbal mantiene desde hace siglos estrechas relaciones funcionales, económicas, administrativas y sociales. Este fenómeno es tan contundente que, según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), dentro de unas dos décadas, en San Cristóbal comenzará un proceso de decrecimiento de su población en términos absolutos, al punto de que para alrededor de 2050 su población sería la misma que la que existió en 2004, es decir, alrededor de 270.000 habitantes. No obstante, esto no indicaría la pérdida de importancia de San Cristóbal, sino más bien su consolidación como núcleo de servicios terciarios metropolitanos (servicios comerciales, financieros, hoteleros, educacionales, de salud, etc.). Esta situación sería el resultado de un proceso de cambio cualitativo que está experimentando la mayor parte de las ciudades intermedias y grandes del mundo, y que se manifiesta por la disminución del crecimiento demográfico en su ámbito municipal originario y por el aumento del crecimiento físico y demográfico (la mayor parte de las veces de forma anárquica y descontrolada) de los municipios que están en sus alrededores inmediatos. Este fenómeno se conoce con el nombre de “metropolización”, y las ciudades y pueblos que están involucradas en él forman parte de lo que sería el Área Metropolitana.
Sea cual sea el problema a considerar en San Cristóbal: la inseguridad, la invasión y ocupación de áreas verdes de protección de quebradas y ríos; la mala calidad de los servicios públicos; la congestión vehicular, los problemas ocasionados por el deterioro de la vialidad urbana e interurbana, así como de los espacios públicos; los derrumbes en áreas residenciales, la escasez de vivienda a precios accesibles; la falta de centros culturales y/o de entretenimiento idóneos, la no interiorización de un espíritu de ciudadanía, o la invisibilidad de una identidad histórico-cultural local-, tienen de alguna manera como referente otros municipios en la búsqueda de soluciones.
Desde el año 1984, explica la arquitecta Ligia Esther Mogollón, se han hecho intentos para delimitar dentro de una gran poligonal los municipios que formarían parte de esa zona metropolitana con San Cristóbal, como “núcleo central”, en un radio inicial de 15 km y que incluiría a Táriba, Palmira, Cordero, Independencia y Libertad. Esta Gran Capital podría extenderse a lugares alejados, como Santa Ana, Rubio, San Antonio y Ureña.
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