Escrito por Mons. Raúl Méndez Moncada Miércoles, 30 de Marzo de 2011 Diario Católico
Estamos celebrando un año más de la Fundación de esta querida ciudad de San Cristóbal. Los hijos no pueden menos de recordar con cariño el cumpleaños de su madre y por eso estamos expresándole a esta amada ciudad todo el aprecio y gratitud que le tenemos.
Prendados de este valle feraz y encantador, recostado muellemente en las faldas de empinadas montañas, oreado por las brisas que bajan de los páramos, regado por ríos y quebradas de aguas cristalinas y rumorosas, los conquistadores no encontraron otro sitio para fundar una ciudad.
Habiendo plantado la cruz y observado las ceremonias prescritas en tales circunstancias, surgió a la vida San Cristóbal en lo que es hoy la Plaza Juan de Maldonado.
El antiguo cronista halló esta villa tan de "alegre cielo como de apacible temple" haciendo alusión a sus cielos azules, ligeramente, algunas veces, adornado de nubes, a sus atardeceres soberbios, a su clima primaveral. Y así ha continuado brindando a sus habitantes un clima agradable y sobre todo un ambiente propicio para las nobles empresas y para los altos ideales.
Años más tarde, al más grande de nuestros poetas debió embelesarlo el correr bullicioso del Torbes, la fidelidad con que la niebla bajaba sobre la ciudad, se detenía sobre ella, se alejaba, desaparecía, volvía, como una bufanda la abrigaba contra el frío, le ceñía la frente de hermoso turbante; la gracia con que le cantaban los pájaros; la perseverancia con que la mimaba la luz; el júbilo que ponía la brisa todo los días, en acariciarla de nuevo. Sobrecogido ante espectáculo maravilloso, cuando San Cristóbal no era sino un pequeño poblado, lleno de encanto y perdido en la arboleda, no pudo menos de llamarla: "Aldea en la niebla"
Esa aldea en la niebla perdida en la maraña de los bosques centenarios, fue ampliando sus contornos, fue extendiendo sus límites en su afán de llegar a ser una villa. Y debido al empuje y tesón y al esfuerzo de sus habitantes ha llegado a serlo. La Plaza Juan de Maldonado fue la Plaza Mayor, centro de las edificaciones que se fueron construyendo. San Cristóbal tuvo su principio allí. Por eso la Catedral en vez de estar en el Centro, se levanta airosa en ese costado de la ciudad. Más tarde fue creciendo, se multiplicaron las calles, se abrieron carreteras, se construyeron otras plazas y otros templos.
El General Eustaquio Gómez, de tan ingrato recuerdo para los tachirenses, fue el que le dio fisonomía de ciudad a San Cristóbal, levantando el Edificio de Gobierno, dotándola de acueducto para surtirla de agua.
De pequeña villa enclavada en la maraña de los bosques centenarios, llegó a ser gracias al esfuerzo de sus hijos, a su trabajo honrado, al cultivo de la virtud, una ciudad de mucha importancia.
Cristo en el Evangelio nos habla del grano de mostaza, que es la más pequeña de todas las semillas pero una vez sembrada llega a ser un arbusto a donde vienen a posarse las aves del cielo y a colgar sus nidos.
Algo así fue San Cristóbal, una pequeña aldea envuelta en la niebla, perdida en la inmensidad de estas tierras vírgenes, una pequeña semilla que se fue convirtiendo en árbol gigantesco a donde han venido a establecer su morada numerosos habitantes que la aman y se sienten felices de cobijarse a la sombra de sus ramas.
Más tarde al abrirse vías hacia los Llanos de donde venía el ganado e intensificarse el cultivo del café, se lanzó por los caminos del progreso hacia metas superiores.
Hoy San Cristóbal luce como la ciudad Señora de los Andes. Vemos en todo su esplendor con magníficas Avenidas, con grandes edificios, con bellos parques, que hermosos templos, con un pulular de gentes en las calles, con un comercio floreciente, con Centros Educativos y Universidades de Primer orden.
Ya dejó la discreción y el recato de muchacha sencilla, para ser la noble matrona que se sienta señorial y digna en medio de este valle que le brinda su verdura y su belleza. Hijos ilustres que han llenado con sus nombres los ámbitos de la república, aquí tuvieron su cuna, poetas que han cantado este paisaje maravilloso, literatos de brillante pluma, guerreros de heroicas hazañas, magistrados que han sabido conducir con acierto los destinos públicos, todos vieron por vez primera la luz del día, en este hermoso rincón de los Andes. Y por encima de todo esto aquí se han cultivado las grandes virtudes humanas, producto de una gran formación religiosa; y los hogares han sido forja donde se han templado caracteres capaces de llevar adelante grandes empresas.
En esos hogares han jugado un papel muy importante mujeres extraordinarias toda suavidad y dulzura y al mismo tiempo, toda fortaleza y abnegación, que con sus altos ejemplos, su voz de aliento, han hecho posible que sus hijos hagan honor a la tierra que los vio nacer.
También es preciso mencionar a la Iglesia que con sus orientaciones, y su acción, ha colaborado grandemente al progreso de esta ciudad. Si aquí ha habido un gran espíritu de familia, si aquí los hogares han sido santuarios donde se le rinde culto al honor y a la dignidad si aquí se ha desarrollado una raza trabajadora y responsable, a la Iglesia en gran parte se debe.
Ha sido su gran labor espiritual y moral la que ha configurado la estructura de esta ciudad que cada día marcha hacia un futuro provisor y risueño. Los hijos son el orgullo de sus padres: un gran hijo enaltece también la figura de sus padres.
Hacía el gran orador Esquines el elogio de Filipo de Macedonia, y hablaba de sus grandes dotes de estadista, de sus obras de largo aliento que había llevado a cabo, de las edificaciones, de los caminos que había construido en su gobierno, del gran desarrollo que habían tenido la cultura, las letras, y las bellas artes, en esa época, de la paz y el progreso de que se había disfrutado y por último como un remate glorioso para enaltecer su figura expresó: Fue el Padre de Alejandro Magno.
Algo así podríamos decir de San Cristóbal. Podríamos tejer el elogio de sus bellezas naturales, pero por encima de todo podríamos decir que fue la Madre del General Isaías Medina Angarita, del Dr. Amenodoro Rangel Lamus, del fino poeta Manuel Felipe Rúgeles, del famoso panfletista Pedro María Morantes, del hombre de las leyes Dr. Abel Santos, de los exquisitos músicos Juan de Dios Galavís, Telésforo Jaimes, Marco A. Rivera Useche, de sus hijos Adoptivos: Pbro. Dr. José Concepción Acevedo, Mons. Tomás Antonio Sanmiguel, Mons. Rafael Arias Blanco, Mons. Alejandro Fernández Feo, y tantos otros cuyas vidas se desenvolvieron dando lustre a la ciudad.
Por todos estos motivos bien está que en mañana cuando estamos celebrando los 450 años de la fundación de San Cristóbal a los pies del Altísimo a darle gracias por los favores dispensados con mano tan pródiga sobre ella.
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