J.J. Villamizar Molina (*)
Son cuatro siglos y medio desde que Juan Maldonado clavó en la Plaza el estandarte de Castilla, fijó el lugar de la Iglesia, del Cabildo y de la Cárcel, y señaló sus límites. Recorrer esta travesía se nos hace arduo, alarmante, legendario y casi ilusorio. Primero somos una Villeta muy distante de la capital. ¿Quién puede acordarse de nosotros y tomarnos en cuenta? Sólo la Iglesia Católica con los padres Agustinos se adentra en este minúsculo mundo abrillantado por las luminarias de la Virgen de la Consolación. Tororos, Machiríes, Táribas, Capachos, Tononoes, Azuas, Quenemares, y otras tribus comienzan a tener contacto con esta civilización. Pero quedamos aislados del Camino Colonial entre nuestra capital Bogotá y Mérida. Vemos surgir un alcalde muy bueno. Es él Rodrigo de Parada, cuyo nombre llevará una quebrada. Visitadores reales llegan de cuando en cuando, como Antonio Beltrán de Guevara en 1602; Alonso Vásquez de Cisneros en 1620; Fernando de Saavedra en 1627; Diego Carrasquilla Maldonado en 1642; Juan Ibáñez de Iturmendi en 1565; Juan Modesto de Meller en 1565; Diego de Baños y Sotomayor en 1567, y Tomás Onofre de Baños y Sotomayor en 1591. Así hemos pasado el siglo XVI cuyas mayores desgracias han sido las invasiones, destrozos, robos, muertes e incendios ocasionados por los indios Chinitos desde que San Cristóbal ha cumplido 62 años. Entonces comenzamos la devoción a San Sebastián. Nuestra Villa ha estado muchas veces en peligro de despoblarse y desaparecer por su pobreza, gran miseria y por el asalto de los indios. Ahora entramos al 1700 y somos 700 habitantes. Sí, entramos al siglo XVIII. Conocemos la primera pulpería y la primera casa de teja. La iglesia deja de ser de paja, ahora es de ladrillo y hasta luce torre y campana. Estamos viviendo la Invasión de los Comuneros en 1871. Ya no dependemos eclesiásticamente de Bogotá sino de Mérida, y desde 1877 pertenecemos a la Capitanía General de Venezuela. Continuamos aislados. Porque es más fácil llegarnos a Bogotá que a Caracas. Entramos a 1800. Son 1.800 habitantes, una sola plaza, dos iglesias y un convento.
Se inicia la guerra de la Independencia. Somos anfitriones del Huésped Ilustre de la Libertad, Simón Bolívar. Permanecemos algo como una década dentro de la Gran Colombia. Oímos de la Cosiata y vivimos el gobierno conservador de Páez y otros. En 1854 vemos un gran movimiento de armas contra el Gobierno de José Gregorio Monagas. El bravo Agustín Arias toma nuestra Plaza, que había sido ocupada por los revolucionarios. Oímos de la Guerra Federal, que sólo nos recuerda los hechos heroicos de Sacramento Velasco. Pero desaparece la gran oligarquía conservadora representada por Domingo Martínez y Juan de Dios Picón. Asistimos a la promulgación de la primera Constitución del Táchira.
Comenzamos el surgimiento económico y cultural de la Villa. Florecen institutos educativos de primaria y secundaria. Sentimos la obra de nuestros líderes de la comunidad como Agustín Arias, Jesús Contreras, Arístides Garbiras, Pascual Casanova, Domingo y Juan Semidey, Manuel María Lizardo, José Concepción Acevedo, José Gregorio Villafañe y los demás llaneros que llegan, los alemanes que también van arribando, el Dr. Rafael Julián Castillo, Tomás Castilla y otros.
No importa el terremoto de 1875. Presenciamos el milagro del café y el milagro de “La Petrólea”. San Cristóbal se nos transforma. Las tendencias políticas se acentúan, nos encontramos con Espíritu Santo Morales, Francisco Alvarado, Cipriano Castro, Segundo Prato, Rosendo Medina, Hermenegildo Zavarce, Juan Pablo Peñaloza, Carlos Rangel Garbiras y Juan Vicente Gómez.
Entramos al siglo XX de grandes contiendas políticas, pero si el siglo anterior fue de las revueltas y caudillismos, éste es el siglo de las democracias. El proceso cultural se afianza. Siglo de gran alterabilidad política, de grandes obispos e intelectuales, de la Gran Catedral, de nuevas plazas, de la fundación del Ateneo, de bancos y universidades, de intelectuales y artistas.
Y llegamos al XXI. Siglo de globalización, de la técnica y de las luces. Las casas e institutos universitarios se multiplican. La prensa adquiere gran fuerza y esplendor.
La técnica digital e Internet aumentan considerablemente. Oímos las comunicaciones mundiales casi instantáneamente. Estamos en el siglo de los prodigios. Pero en el siglo de grandes controversias, angustias e incertidumbres. Se hace necesario recoger, estudiar y aplicar las lecciones aprendidas en estos largos cuatrocientos cincuenta años. La historia es madre y maestra. Oír La historia nos puede salvar en estas décadas de crisis. No vivimos en la San Cristóbal bucólica de antaño.
Vivimos como en una tormenta o en una vorágine. Como desterrados ante Nabucodonosor. Pero hay gran confianza en nuestro Dios que afianzará nuestra hermandad y nos devolverá a la patria.
Diario La Nación Edición Digital 23-02-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario