Rafael María Rosales (Pág. 23-26) Estampas de la Villa 1961
Al trasluz de su memoria nos llega casi remoto el silbido de la tradición borrosa, pues el terrazgo gredoso y negro apenas dejaba asomar los pujos de su aspiración a plaza pública, cuando los albores republicanos se colocaron por entre la ventanilla dejada por los comuneros nativos. El anhelo estaba latente, pero la humedad de las zanjas no daba consistencia a la intención de los parroquianos. Sin embargo, el terreno fangoso conquistó fuerza en la voz popular y el nombre fue echado al aire: plaza “El Pantano”.
Cuando el año de 1859 cortó la última hoja de su primer mes, el 31 de enero para que la metáfora tenga consistencia histórica, dispuso la Municipalidad sancristobalense erogar del presupuesto acordado para atender los servicios del cantón, y “para la creación de una nueva plaza en el lugar llamado Pantano, hasta 1.500 pesos". Se pretendía incorporar a la vida municipal la realidad de un nuevo campo abierto. Su ubicación, según la nomenclatura de entonces, estaba entre las calles transversales de "La Unión" y "Bolívar”, y las longitudinales de "La Industria" y "Mesalina". Sus esquinas, llamáronse: por la calle de "La Industria", "Las Álvarez" y "La Quinta", o sea, las mismas donde hoy están las casas comerciales, del Banco de Maracaibo y Miguel Chacón Pernía, respectivamente; y por la de "Mesalina", "El Desfiladero", o sea, donde está el Salón de Lectura. La otra esquina, la de la actual Botica San Cristóbal, no tuvo nombre en la Resolución' dictada por el Concejo Municipal el 15 de febrero de 1859.
El tiempo, como siempre, andaba raudo pero el sitio de "El Pantano" no lograba estabilizar su categoría de plaza. En el plano topográfico de la ciudad, levantado por el señor D. Martínez, hijo, en 1853, no tiene figuración de tal. La nueva nomenclatura de entonces la ubica entre las Avenidas 6ta y 7ma de sur a norte, y las calles, también 6ta y 7ma de oeste a este. No obstante, estaba asegurado su destino porque su magnífica situación geográfica y el incremento mercantil desarrollado a su alrededor como consecuencia del mercado cubierto, establecido en 1874, en su parte sur, le daban supremacía en el progreso de la urbe en la hora justa para su estímulo. Es así Cómo le llega el momento de estrenar-probablemente a finales de siglo-- un nombre oficial: Plaza Páez. Lógico es pensar que el recuerdo al catire procero estaba ufano en la que ya se perfilaba como plaza principal de San Cristóbal y lugar convergente de los importantes barrios "El Centro", "Bella Vista", "La Serranía", y "Gramalote" y a los cuales suministró agua en su célebre "Pila de los patos", la cual debió estar allí como hasta 1911 cuando fue mudada a la esquina de la actual carrera 8 con la calle 9, o sea, a la casa en cuya planta alta funcionan hoy los estudios de la emisora "Ecos del Torbes".
El 25 de octubre de 1912 el Concejo Municipal considerando "Que en virtud del progresivo desarrollo de esta Capital, la plaza que lleva el nombre inmortal del Libertador, y que en un tiempo constituyó el centro de la ciudad, queda situada hoy en uno de los ángulos extremos de ella", resuelve, por medio de un decreto, darle "el nombre de Parque Bolívar a la plaza central", la misma que hasta ese momento había llevado "el del Héroe inmortal de Las Queseras".
Convertida, pues, la Plaza Páez en Parque Bolívar a solamente tres días del onomástico del más ilustre de los caraqueños y cabalgando sobre los tejados villorros la bandera de la gratitud y encendida la flor perfumada por la inmortalidad de la hazaña, no tardó mucho tiempo en ser colocado allí un busto -en verdad poco estético- del Libertador. (Este busto está colocado ahora en la Alameda, frente al casino de Oficiales, en San Antonio del Táchira). La capital regocijaba así, modestamente, la esplendidez de su linaje -con rumbo de piedra, río y valle-, al sentir en su corazón el fuego de la imagen del más grande y universal de los americanos. Y no tardaría en ensancharse la admiración bolivariana con la actual estatua ecuestre, inaugurada el 19 de diciembre de 1928, la que si realmente carece de elegancia heroica por la actitud pasiva del caballo, no por ello deja de expresar la sinceridad del afecto y de la honra de los tachirenses, al simbolizar en la señal de la espada redentora el egregio derrotero de la nacionalidad.
Ahora este hermoso Parque Bolívar sancristobaalense no ha tenido otras trasmutaciones que las anuales de sus bellos apamates, en su florescencia de mayo, para renovar la alegría de la ciudad con esos duendecillos semimorados que inundan el ámbito de fragancia y atraen el trino y el beso de los pájaros, así como enmarcan las cabriolas y los saltos de las vivaces ardillas, el verde palpitar de las, iguanas y la tozuda tranquilidad de las perezas, mantenidas por la diligencia y cariño de los chóferes, que, alrededor del Parque, mantienen resoplando los motores de sus vehículos y dan la nota de aliento popular al pulmón de nuestra pintoresca y cuatricentenaria capital con la magia de su labia y de su sal.
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