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jueves, 17 de febrero de 2011

Las Plazas De San Cristóbal

San Cristóbal, la tierra que nos vio nacer, es tierna y  hermosa como una madre querida. Tiene multiitud de aspectos que la hacen grata y amable y es fama de que aquellas personas extrañas que la visitan quedan tan encantadas que se les hace duro abandonarla, por lo cual muchos han quedado en las redes de su hospitalidad y de su hidalguía.
San Cristóbal tiene varias plazas públicas, de las cuales queremos ocuparnos en estas líneas sencillas, sin alardes literarios de ningún género.
Plaza Miranda
Enfrente a la Catedral y en el extremo suroeste de la ciudad, esta la vieja Plaza Miranda. Precisamente en este sitio se inició la fundaci6n de San Cristóbal y a ello se debe el hecho curioso que nuestra Catedral, en vez de estar en el centro de la urbe, se halle enclavada en uno de sus extremos.
La Plaza Miranda la conocimos con el nombre de Plaza de Bolívar, y la que es hoy Plaza Bolívar, se llamaba entonces de Páez. Frente a la Miranda, al norte, en donde se alza el soberbio Edificio Nacional, estaba hasta hace pocos años la fatídica y tenebrosa Cárcel Publica, en cuyos húmedos y oscuros calabozos fueron sacrificadas innumerables víctimas de la tiranía gomecista. Conocimos aquellos infectos calabozos que llevaban singulares nombres como El Tigre, La Zamurera, El Balcón, El Turpial, El Olvido. En los corredores, resguardados por una alta reja de hierro, estaban los telares de fabricar sacos de fique, industria que explotaba directamente el alcaide de turno junto con el negocio del "rancho". Por el suelo de tierra y en los sitios más oscuros, estaban clavados  los  cepos, a donde eran conducidos, a golpe de verga, los presos que faltaran a la disciplina carcelaria, y en el ala derecha del corredor estaba el calabozo de las mujeres, eternamente cerrado, en el cual languidecían las vidas de las infelices que tenían la tremenda desgracia de caer en aquel antro tenebroso.
En la esquina que hace diagonal con la Catedral, estaba el Cuartel Nacional. En sus patios, en la época de Gómez, azotaban a los presos políticos al compas de un redoblante de guerra. A los presos se les condenaba a cien o mas palos por día, pero cada palo Ie resultaba doble, pues se contaba el golpe de "subida" y el de "bajada'" como uno solo. Los que no morían de las continuas pelas quedaban siempre inútiles o tuberculizados, pues al castigo de los azotes se unía el del hambre.
Al sur de la plaza, estaba, y aun esta, la casa de don Antonio Darío Noguera, hombre ilustre y estudioso y de una memoria prodigiosa. Don Antonio levanto una numerosa y estimable familia cuyos miembros llenan dos generaciones. De estos conocemos como a veinticinco, con quienes siempre hemos tenido una sincera e invariable amistad. Son hombres laboriosos, trabajadores honestos y esforzados luchadores, y mujeres igualmente laboriosas, excelentes esposas y mejores madres de familia. Don Antonio fue, sin lugar a dudas, un verdadero patriarca y un hombre a quien se Ie podía pedir tanto un dato histórico como un saludable consejo.
La Plaza Miranda tenía el pavimento de rojos y grandes ladrillos; sus jardines eran un poco enmarañados y descuidados y en el centro había una verja con hierros puntiagudos, que decían era una pila, pero a nosotros siempre nos pareció una pila seca, ya que nunca Ie vimos agua. Ahora la remozaron, Ie arreglaron sus jardines, Ie podaron los arboles y Ie llegó el concreto armado para sus aceras y avenidas.

1 comentario:

  1. LA EXTRAÑA CASA DE LA ERMITA
    En la parte baja de la Ciudad de San Cristóbal, en la Carrera 1 entre Calle 15 y 14, existe una casa muy extraña. Dicen que desde hace mucho tiempo asustan a todo el que pasa por allí en la noche. Sus antiguos dueños se la vendieron a una señora porque allí no tenían tranquilidad: murmullos, pasos, llanto de bebés, gritos, bellas mujeres caminando por la casa… La nueva dueña sabía todo lo que ocurría en la hermosa y extraña casa y se dispuso para afrontar las diversas situaciones. Antes de mudarse mando a bendecirla y remodelar parte por parte. Dicen que al levantar la tierra del jardín para sembrar grama y nuevas plantas, encontraron muchos fetos metidos en bolsas. Llamaron a un sacerdote, que los bautizó y llevó al cementerio. Otra gente arregló el jardín y aparentemente todo estaba normal. Una tarde al oscurecer la dueña de la casa con una amiga fueron a revisar los trabajos y vieron a varios bebés jugando en la grama, al acercarse a ellos, se esfumaron…, ante el asombro de las señoras. Otro día oyeron el llanto de una mujer y más tarde la vieron desesperada caminando por la casa, los vellos se les erizaron y sintieron escalofríos, comentaron una vez pasado el susto: _ Esto no está bien…Siguen pasando cosas extrañas. Acompañadas del maestro de obras, revisaron toda la casa y golpearon con un palo los pisos en toda la casa. En una parte del patio detrás de la casa, en el el centro del solar de tierra, que estaba encementado, sonaba a hueco. Revisaron por todas partes y encontraron una entrada disimulada con grandes losetas, las levantaron y vieron un túnel que daba al sótano. Dieron órdenes a los obreros para que sacaran todo lo que encontraran y poco después depositaban en el patio muchas bolsas, al abrirlas tenían huesos humanos. Espantados los obreros salieron corriendo para no volver más… Dieron cuenta a las autoridades para que investigaran el caso, Identificaron que los huesos correspondían a mujeres jóvenes. Más tarde procedieron a enterrarlos en fosa común en el cementerio municipal. Dicen que allí en esa casa, un supuesto médico sin escrúpulos clandestinamente practicaba abortos. Y muchas mujeres se morían, pero como su familia nada sabía las daban por desaparecidas, ya que en esa época salir embarazada sin estar casada era una ofensa muy grande para la familia y abortar un delito muy grabe. Al médico le ayudaba su hermano Ernesto, un hombre que no sentía temor por nada, era el encargado de hacer desaparecer los fetos y las mujeres, de eso hace mucho tiempo, quedo todo en el olvido… Cuentan que la dueña desesperada dejó abandonada la casa y con el tiempo otra familia la habitó, pero más nunca nadie tuvo paz para vivir en esa casa. Años después un Señor llamado Juan Hernández la compro a un precio regalado y la alquilo para una Escuela y luego a una organización política Acción Democrática en donde funciona como Casa de Partido pero más nunca para vivir. Aparentemente durante el día no sucede nada, pero al llegar la noche se oyen pasos, puertas que se abren y cierran y el susurro de hombres, dicen que son los dos hermanos que vagan por la casa penando por su maldad y por haber dejado enterrado un tesoro.

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