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viernes, 18 de febrero de 2011

Del cronista a la ciudad

A la generosa iniciativa de un distinguido grupo de intelectuales de la ciudad debo el honor de haber sido designado por  la Municipalidad del Distrito San Cristóbal, el 31 de enero de 1951, "Cronista de la Ciudad", cargo creado por primera vez con el carácter de ad-honorem. Gustosamente acepte la gracia de entonces -estímulo cordial a mi modesta obra literaria de veinte años- y con la buena voluntad y el desinterés que siempre han orientado mi afición a las letras, trate de darle dignidad al encargo de rescatar de la entraña  histórica y del olvido parte de la fisonomía ciudadana para avalorarla en la idea que ahora aspira a esculpir, en el afecto de mi entrega espiritual, el sueño del árbol y la niebla, el roció, el destello y la angustia de las abras y de las vivencias columpiándose desde Las Cumbas y Loma de Pio hasta Tonono y Zorca.
La imagen de la ciudad--milagro de atracción en el cálido sentimiento de su hospitalaria benevolencia- refluidas ya en la admiración de mi alma, pues casi tres lustros de vivir en ella habíase adentrado en la verdad de querer conocer la historia y la poesía de su andanza. Había llegado de mi Rubio querido con el amor de una bella y joven mujer y con la gloria del primogénito en aquel año de 1937 tan expectante en la vida nacional. Habitante enamorado de su tierra y creyente franco debía proseguir la misión intelectual y moral en el acogedor alero de la capital tachirense.
 Por ello la raíz vital se robusteció con la ternura de dos nuevos hijos que fueron como dos estrellas avivando la lumbre del Valle de Santiago.
Cuando el sectarismo hincó el asedio en mi hogar emigré de la ciudad que ni una hora pudo estar lejos de mi devoción.
 Fue cuando en la inmediata musicalidad del lago coquivacoense tuve el infinito gozo del cuarto hijo. Al volver a la San Cristóbal de mi inclinación en solicitud del caudal sugestivo de sus brisas y de sus voces Ie di otra vez toda la sinceridad de mi inquietud en actividades oficiales culturales deportivas y periodísticas. Y nuevamente hube de emigrar temporalmente hacia la metrópoli que es Jordán y hechizo y también cerebro y corazón de América la noble Señora del Ávila.
Sin embargo la voz de la tierra montañesa debía oírla en la propia bondad de sus augurios y regresé con el mismo querer y el mismo tesón para la búsqueda del palpitar de la cuatro veces centenaria urbe.
Cuando volvieron a aflorar las palabras de la incomprensión para una labor rendida sin apremios de utilitarismo como un pichón herido por la traición del aire me llegó el hijo frustrado, el que apenas pudo darme el relámpago de sus memorables veinte minutos de vida y a cuya memoria dedico las lagrimas que andan saltando en estas páginas de emoción y fe.
Cuatro fueron los años de actividad en el honorífico cargo discernido por el Concejo Municipal sancristobalense en 1951. Pero muchos más han sido los de mis desvelos por el progreso y el renombre de la bella capital regional, sin que nunca me haya detenido a tomar en cuenta la malicia y la mezquindad asomadas en la negación de los menos calificados para la ecuanimidad del juicio, porque considero que al hombre sin propósitos de cicatería o de maldad le corresponde la misión de crear, de estimular, de forjar siempre, y no la de cobrar, la de destruir o la de odiar.
No puedo, pues, en el pórtico del cuatricentenario de la fundaci6n de la amable villeta de don Juan Maldonado, donde éxitos y penas han conmovido la lealtad de mi espíritu, sino devolverle a ella y a los amigos consecuentes que conmigo han estado en las horas gratas o en las amargas animando mi labor literaria y la honradez de mi servicio, el cariño del cual les soy deudor con estas páginas donde está limpiamente fijado el sentir de mi corazón ante el paisaje de neblinas y cerros que como una atalaya de encantos, como un espejo de líricas ondulaciones y como una sonrisa de remanso y de caricia enhebran el hilo para la unción de sus esencias; ante la sensibilidad popular y la historia mínima de los lugares y de los hechos con ascendencia social en el destino urbano; ante lo humano y lo físico de su geografía de matices y de enseñanzas, de evocación y de reflexión, de acción generadora y de cultura por analizarse; ante lo risueño de las cosas que como un camino sereno van hacia la sencillez de la tradición y de las costumbres.
En la recta intención de este libro quiero dejar constancia de mi amor por la ciudad que ha sabido darme la palabra y la luz de su mensaje, y de una labor acicateada por un cargo desinteresadamente servido. Que estas crónicas, escritas con sangre y espíritu de buena fe, queden como un recuerdo fervoroso del primer Cronista de la Ciudad.
Rafael M, Rosales en San Cristóbal 1960
(Estampas de la Villa, Rosales R . Pág. 9 )

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